Por: Sebastián Silva Iragorri

Es difícil de entenderlo pero nuestro País estuvo más de 30 años sin la existencia de la clase de historia en los Colegios. Hace unos 2 años se aprobó por ley de la República que volviera esa cátedra y durante este tiempo se hicieron los ajustes necesarios para que hoy podamos decir que es una realidad, otra vez la enseñanza de la historia de Colombia. Pero hay una preocupación,  necesitamos que esa enseñanza sea objetiva, imparcial, que haga reflexionar al estudiante y que signifique un punto de partida para construcciones colectivas favorables a nuestro devenir. No es posible enseñar una historia amañada, sesgada, parcializada por subjetividades  e ideologías. Allí está el problema. En manos de quien está hoy la educación pública en Colombia?  Los que están formando a nuestra juventud están educando o adoctrinando?  Porque hoy vemos a muchos jóvenes activistas en causas sin sentido e inclinados más a la violencia que a la construcción de oportunidades. Vemos una pérdida de valores y un irrespeto total a autoridades, instituciones y símbolos patrios. Eso no se da de la noche a la mañana, ha sido una tarea deformadora de muchos años y cuyos resultados ahora observamos con gran dolor en el alma. 

Hay que ajustar y empezar por la formación de quienes tienen la difícil misión de educar. Un Maestro jamás puede ser un resentido, debe ser un apóstol de consolidación de valores y de reconciliación. Debe ser un instructor de calidad con realidades y total veracidad y transparencia.

No puede haber tergiversaciones en la historia, ni exageraciones, ni engaños en las apreciaciones y aproximaciones a sus conflictos y sus desarrollos. Tenemos el temor de que vaya a enseñarse que los grupos levantados en armas eran idealistas basados en los más nobles objetivos contra un Estado perverso, injusto, perseguidor y terrorista. 

No se puede hablar de la violencia partidista en Colombia bajo la mirada sectaria y partidista o bajo la sombra de una ideología. Hay que mirar con la amplitud suficiente los procesos, narrarlos y dejar argumentar al alumno con posibilidades de apreciación y creación. 

No se puede hablar de una Justicia que bajo el lema de obtener posiblemente verdades a medias siga entregando impunidad. 

Habrá historia pero debe ser bien contada, con una gran responsabilidad ética, con una capacidad objetiva que permita los análisis y las reflexiones sobre los hechos y los acontecimientos. Solo así se aprovechará de verdad este regreso a una cátedra que jamás se debió haber ido de los colegios de Colombia.

Hay otras cátedras que deberían regresar como la Urbanidad y la Cívica. Otra vez a rescatar los valores de la buena educación y el conocimiento de la estructura del Estado y sus funciones. La ausencia de estas cátedras impactaron al niño, que hoy de joven, ante estas carencias, y a falta de educación familiar en muchos casos,  ha desembocado en caminos extraviados. Turbas de vándalos destruyen e irrespetan todo, rabias contenidas que explotan con resentimientos acumulados,  parálisis en las jornadas universitarias por minorías que imponen sus propósitos sin visión alguna del porvenir. No podemos seguir así. Una sociedad no sobrevive a la barbarie social ni a la piedra enfurecida. 

Las mayorías nacionales están reaccionando, pidiendo orden, legalidad, autoridad, para que todos podamos ejercer nuestros derechos. Las protestas deben respetarse bajo los parámetros del cumplimiento a las normas que acreditan los derechos de los demás.

Bienvenida pues la historia a nuestro Colegios y ojalá pronto la urbanidad y la cívica, para ir creando nuevas generaciones con valores, carácter, trascendencia y transparencia. Solo así habrá futuro para nuestra Patria.