Por: Sebastián Silva-Iragorri

La diferencia de edades y por lo tanto de generaciones nunca fue obstáculo para conocer de cerca sobre la vida de Felipe. Nos unía un parentesco de consanguinidad, pues María Arboleda Castro de Ayerbe bisabuela de Felipe, era prima hermana de mi abuelo materno Lisímaco Iragorri Castro.

Después nos unió también un parentesco político por la familia de mi esposa.

Siendo muy niño recuerdo cuando Felipe regresó por barco de Estados Unidos luego de culminar sus estudios profesionales. Nos encontrábamos por razones políticas en Buenaventura cuando Adolfo Zambrano y Alina Muñoz viajaron a recibirlo y lógicamente se visitaron con mis padres y percibí el afecto mutuo que se profesaban. Cuando regresamos de Buenaventura, uno de los primeros almuerzos de bienvenida a mis padres en Popayán fue ofrecido en la casa paterna de Felipe.

Cuando Josefina Ayerbe Arboleda falleció, Alina su hija era muy niña y mi madre comentaba, muchos años después, que a Alina le encantaba que le contara relatos y recuerdos de su madre.

Mis padres conservadores y los padres de Felipe liberales, transitaron por distintos caminos en la actividad política pero nunca se rompió el afecto.

Después de largo tiempo volví a encontrarme con Felipe luego de sus muchas batallas empresariales y después de mis luchas políticas, jurídicas y administrativas.

Reposados, con el corazón alegre, compartimos en los últimos años en el café o en su hogar extensos diálogos sobre todos los asuntos que los hombres hablamos en nuestras relaciones externas y por las preocupaciones nacionales e internacionales e incluso sobre temas de arte, historia, filosofía y ciencia.

Era motivante dialogar con Felipe, tenía carácter, defendía con fuerza sus opiniones, las sustentaba con gran lógica y sentido común y jamás le escuché nada desagradable.

Fue un empresario del sector agropecuario e industrial con gran visión de los negocios y un amplio conocimiento del comercio y las finanzas. Se casó con una mujer especial, Mildred Jaramillo, que llenaba su vida, alegraba su entorno y motivaba sus aficiones con su inteligencia, su simpatía y su carisma. Sus hijos eran su orgullo, Ana María, María del Mar, Adolfo y Marisol y sus nietos le causaban la inmensa alegría del abuelo complaciente, cariñoso y generoso.

A Mildred, sus hijos y nietos, a su hermano Juan y sus hermanas Silvia y Alina y a toda su familia les expreso que estamos compartiendo con ellos el inmenso dolor causado por el fallecimiento de Felipe.

Recuerdo a Felipe al cumplir 80 años rodeado de toda su familia y amigos, se notaba radiante, realizado, espiritual, ante el entorno amoroso que le prodigaba su familia y la tibia noche iluminada con estrellas inocentes.

A medida que se avanza en edad el ser humano se concentra en lo esencial, disfruta de la sencillez y es ejemplo en tolerancia y comprensión a los demás. Creo que Felipe estaba en ese punto de encuentro, que se adquiere con la sabiduría de la vida y el discernimiento del espíritu, para lograr el equilibrio emocional tan ansiado por las almas en camino de la paz.

Felipe fue combativo porque creía fielmente en sus ideales, era firme, ejecutor, disciplinado y responsable, por ello dejó huella en sus trabajos y labores tanto en el sector público como en el privado.

Cuando instaló un hermoso calvario en la sala de su casa y lo hizo bendecir, estaba confesando su profunda fe en Cristo y reconociendo en el sufrimiento del Señor la esperanza de la redención y salvación eterna en la cual siempre creyó y que hoy le permite estar gozando de los bienes de Dios por toda la eternidad.