Por: Sebastián Silva Iragorri – sebastiansilvairagorri@hotmail.com

Más que valores se les podría llamar normas de conducta mentales necesarias para un mejor desarrollo auténtico de la personalidad, sin necesidad de drogas ni agentes externos, como estimulantes artificiales en contra de lo que debe ser natural, provechoso  y saludable.

Es conocido por muchos, que artistas, escritores, cantantes, compositores, y otros, en muchas ocasiones usan drogas para excitar su mente y poder producir lo que ellos llaman la presencia y urgencia del éxito.

Son minoría, pero existen, e incluso han sorprendido con creaciones artificiales y populistas que producen fervores y éxtasis pasajeros pero intensos en los actores y en el público. Para ellos la meta es el éxito momentáneo, instantáneo, inmediato, sin pensar en las consecuencias posteriores para su salud mental y espiritual. Pienso que es mejor dedicarse a cultivar parámetros positivos, fuertes y decisivos en la formación del carácter y la personalidad. 

Una de las características fundamentales que no debería faltar en ningún Ser Humano es la Esperanza. Entendida ésta como el anhelo creativo y real de obtención de situaciones que beneficien nuestro entorno y nuestra vida interna y externa. La esperanza siempre produce un efecto multiplicador de deseos de vivir, para concretar, ver  resultados, obtener lo que queremos y realizar propósitos como motores de transformación e integración del Ser.

Por eso siempre hemos escuchado por generaciones que nunca se debe perder la esperanza y ese es un llamado concreto que queremos hacer, de jamás abandonar esa esperanza que nos mantiene vigentes, alertas, listos, despiertos, para obtener deseos y sueños que convertidos en realidad constituyen la mayor satisfacción del Espíritu y del Alma y benefician el cuerpo físico en todos los sentidos. 

Otra característica que siempre deberíamos tener es la Confianza o sea esa capacidad de creer en lo que hacemos, en lo que proyectamos, en lo que iniciamos, en lo que impulsamos, en lo que pensamos. Si hay confianza, hay seguridad, hay claridad en los propósitos, firmeza en las decisiones y rigurosidad en las actuaciones.  La confianza forma el carácter, perfila la personalidad, moldea las virtudes, encamina los deseos y consigue siempre resultados. 

El Optimismo es otro valor mental y de actitud que nos permite creer que los efectos de las causas saldrán bien porque han sido edificados con propósitos y bases durables y reales. Ser optimista debería ser un gran valor en las sociedades de hoy, nos permite liderar, ejecutar, alentar, contagiar de entusiasmo y producir impactos de beneficio individual y colectivo. Una sociedad optimista está más próxima no sólo a cambiar, para mejorar en sus condiciones, sino para obtener inmensos logros en su ruta colectiva y en su avance hacia situaciones de equidad  justicia e igualdad de oportunidades.

Desde pequeño se debería educar al niño en el tema de la mentalidad positiva, aprender a pensar y a crear en la dirección alegre del convencimiento de que lo mejor puede lograrse, que las circunstancias pueden superarse, que las dificultades pueden arreglarse, que los problemas tienen solución. Si desde pequeños se impartiera una educación positiva y no negativa o resentida tendríamos una cultura ciudadana de altos quilates mentales que nos permitiría ver el futuro con esperanza, confianza y optimismo, y esto sí que ayudaría a la igualdad de oportunidades, a la justicia social y al bien común. 

Al iniciar este nuevo año después de las actividades decembrinas, qué mejor que pensar bien, saludablemente, haciendo lo que creamos más constructivo y en lugar de arroparnos en odios y en perversas estrategias saquemos lo mejor de sí mismos y trabajemos y laboremos por edificar  un Mundo y una Colombia culta y superior.