Hace más de un mes se hicieron populares las imágenes de unos niños en China. La cámara acompañaba a un menor al que le cambiaban el tapaboca, desinfectaban los zapatos, lavaban las manos y le tomaban la temperatura. Todo lo anterior, tan solo en el trayecto de ingreso a su escuela. Una vez dentro, en su salón de clases, cada niño ocupaba una especie de cubículo plástico que lo separaba de sus compañeros. Un nivel de cuidado a todas luces inimaginable en Colombia, más aún cuando antes, a inicios de la emergencia, ya se habían hecho virales las imágenes de algunos niños recibiendo educación en línea. Todo un vistazo al futuro, dados los contrastes inevitables.

Pero más allá de las comparaciones obvias a las que nos inducen ese tipo de videos, detengámonos antes en los paralelos que son ineludibles. Me refiero a que pensemos en el contexto a partir del cual China llegó a esa «nueva normalidad» y al contexto que el gobierno de Colombia omite para poner a los niños y profesores en un «sálvese quien pueda» justo en el peor momento de la pandemia.

En China —donde se dice surgió el virus— se detectaron los primeros casos en diciembre del año pasado y el pico de contagios se alcanzó hacia mediados de febrero, en medio de estrictas medidas de aislamiento, bioseguridad, pruebas masivas y seguimientos que tuvieron lugar desde finales de enero. ¿Qué pasó? En marzo, China daba por controlada la pandemia en su territorio. Semanas después, el retorno a las actividades esenciales sobre las que el resto del mundo concentraba sus expectativas se tomó las redes sociales con los videos de los que hablé al principio de esta columna. Tal fue el manejo de la situación que hoy, seis meses después de iniciada la emergencia, la cifra diaria de nuevos contagios en toda China es de 12. Sí, solo 12 nuevos casos en un país de más de mil millones de habitantes, en otras palabras, en China reportaron el mismo número de casos que reportó Popayán el día de ayer.

Pero, debo insistir, no me interesa plantear aquí comparaciones llamativas, que al final son inútiles, pues por más que las situaciones sean similares, la verdad es que cada país las afronta desde unas condiciones propias y, hay que decirlo, no tenemos otra opción, somos consecuencia de una historia, una cultura, un contexto particular que no se cambia de la noche a la mañana. Pero, a estas alturas un paralelo da luces sobre lo que está pasando y lo que está a punto de pasar en Colombia.

En nuestro país se detectó el primer caso el 7 de marzo, y el aislamiento obligatorio empezó, diez días después. En las semanas siguientes los casos se mantuvieron bajos por dos factores, el aislamiento general y, principalmente, la poca capacidad de procesamiento de pruebas. A partir de ahí todo estaba condenado a ir mal: estábamos encerrados, sacrificando todo, mientras poco o nada se hacía y se podía hacer para seguirle la pista al virus que se expandía lentamente. En la práctica, para situaciones similares, China lo cerró todo, para hacerlo todo; Colombia, aunque lo cerró todo, lo hizo como si ese fuera su único plan.

Las consecuencias las sufrimos hoy cuando nos aproximamos a los 100.000 casos detectados, y el absurdo lo vemos con el gobierno nacional que soterradamente hace planes con que los niños vuelvan a clases en unas semanas, justo cuando a diario los contagios se cuentan por miles y los muertos por cientos.

¿Acaso estamos tan mal gobernados que hay que decirle lo obvio a los directivos, rectores, secretarios de educación y ministra? ¿Hay que decirles que es absurdo buscar que los padres aprueben un regreso a clases sin antes asegurar unas condiciones mínimas? ¿Hay que decirles que la docencia es una profesión de alto riesgo dado el contacto prolongado con otras personas? ¿Hay que decirles que en un pico de la pandemia lo que menos se debe hacer es propiciar que haya más gente en la calle?  ¿En serio hay que decirles que preferimos, en la medida de lo posible, estar vivos?

Hoy, cuando más notorias son las diferencias entre las ciudades, los pueblos y las zonas rurales, y cuando más absurdas son las decisiones que se toman por parte de nuestros gobernantes, es cuando más imprescindible es la voz de los padres, los estudiantes y los profesores para evitar que aquí se juegue con la vida como si el riesgo de morir fuera un ‘cuento chino’.