Por Jorge Enrique Robledo / @JERobledo 
El sabotaje a la Moción de Censura contra Carlos Holmes Trujillo, el ministro de Defensa que desacredita a la fuerza pública porque ha mentido y engañado para que él y el presidente Duque violaran la ley, es de lo peor que ha pasado en la historia del Senado. Por la decisión duquista de matonear para proteger a un funcionario indigno y porque esos 58 senadores, encabezados por Arturo Char –quien nunca debió ser electo presidente– prevaricaron descaradamente y agredieron a la oposición.
 
Pues los servidores públicos solo podemos hacer lo que nos esté autorizado por la ley y no existe norma que permita no tramitar una moción de censura, una vez la ha solicitado el diez por ciento de los senadores, como ocurrió. También fue un brutal rompimiento de la Ley 5 de 1992, del reglamento del Congreso, aprobar una proposición impidiendo la Moción. Y engañaron al decir que no podía hacerse el debate por alguna decisión del Consejo de Estado, como si la corrupción que les es propia a las mentiras, engaños e ilegalidades se esfumara de esa manera y ellos tuvieran la potestad de decirnos qué podemos y qué no podemos decir los que no le vendimos nuestra conciencia al pésimo gobierno de Iván Duque. El degeneramiento político hace carrera entre los congresistas amamantados por la Casa de Nariño.
 
¿Por qué actuaron así si contaban con votos suficientes para ganar la Moción de Censura contra Holmes aunque no tuvieran la razón y sabiendo que Duque puede además encimarle la Cruz de Boyacá a este engolado burócrata de casi todos los gobiernos, la misma que le regaló a Macías?
 
Porque, fieles defensores del “todo vale” del que derivan su éxito político, no se atreven a resistirse a lo que les indiquen en la Casa de Nariño y sus mensajeros en el Senado, de lo que depende su adicción a la mermelada. Vergonzosa condición la de todos o casi todos los senadores del Centro Democrático y los de Cambio Radical, la U, el conservatismo, el liberalismo y Colombia Justa Libres, que fueron uribistas y santistas y ahora son duquistas.
 
 
Porque así hagan demagogia maquillando su matonería con falsas invocaciones democráticas, lo que intentan es imponer en Colombia la concepción despótica de que como ganaron la Presidencia pueden pisotear la separación de los poderes y los derechos de las minorías, fundamentos de la democracia constitucional, sometiendo al Congreso por las “buenas” de endulzarlo y a la Justicia a las patadas. Y ojo. Clase de primer año de derecho: no existe democracia porque se elija al Presidente, sino porque se elige y, además, este respeta las normas y no actúa inspirado por ningún tirano.
 
Porque les dio miedo que los colombianos conocieran los detalles con los que Duque violó la Constitución al autorizar tropas norteamericanas en Colombia y la volvió a violar cuando el Tribunal Administrativo de Cundinamarca le ordenó que le pidiera permiso al Senado sobre esos militares y además le rechazó que no le hubiera consultado al Consejo de Estado, con lo que rompió dos artículos de la Constitución, el 173.4 y el 231. Y no es que Duque y Holmes ignoren que los acuerdos con otros países son actos complejos que exigen que decidan el poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Lo que pasa es que les importa un pepino pasarse por la faja las normas que juraron cumplir y que no hay artículo en la Constitución –¡ninguno, no mientan más!– que autorice que militares de EE.UU. actúen en Colombia, más allá del tránsito. Pero la razón principal para estos actos que los avergüenzan reside en su vocación de alfombras.
 
Porque también intentaron que no se supiera en detalle que las órdenes del Tribunal a Duque fueron dos: si quiere tropas gringas en Colombia, primero, pídale permiso al Senado. Y como usted las puso a actuar violando la Constitución, tiene plazo de 48 horas para suspenderles la autorización, exigencia que Duque acató, con lo que reconoció que el Tribunal sí podía darle órdenes. Pero a la par se puso de acuerdo con Holmes para no tramitar el permiso del Senado, para lo cual recurrieron al fraude de decir que sí lo hacían. Para ese efecto el minDefensa se consiguió unas cartas de 69 senadores duquistas que nunca se votaron ni aprobaron en el Senado, que no decide por cartas, y con las que, mintiendo nuevamente, Trujillo les dijo a los medios –en su cinismo, ¡37 veces!–, que esa era la aprobación exigida por los jueces, fraude que el presidente y el secretario del Senado le destaparon dejándolo al desnudo.
 
Y porque, por último, en la Moción de Censura los senadores duquistas iban a tener que explicarles a los colombianos si en el fraude de las cartas de falsa aprobación legal montado por Holmes Trujillo habían actuado como compinches de un ministro tramposo o como idiotas útiles.