Por: Jorge Robledo / @JERobledo
Este artículo se terminó de escribir el viernes antes de las elecciones del 27, que han sido tanto o más corruptas que siempre, por cuenta de los mismos con las mismas, el nombre con el que, hace 80 años, Gaitán marcó con hierro al rojo a la cúpula liberal-conservadora, cuya crisis la llevó a dividirse y a cambiarse de nombres pero no de prácticas.
Si algo se sabe, es el alto costo de las elecciones y su muy extendida y profunda corrupción, con fraudes antes de votar, a la hora de votar y después de votar, según dijera un Procurador General. Además es norma que quienes controlan el Estado, como sátrapas, arreen los electores a las urnas, sometiéndolos mediante el gasto público y las más burdas prácticas clientelistas y hasta el pago al contado de los votos. Y los contratistas de las obras públicas suelen ser los financiadores de las campañas electorales, a cambio de que les entreguen la contratación y el derecho a saquearla, negocio que incluye convertirlos en amos de los jefes de la administración pública y los dirigentes políticos.
A tanto ha llegado la descomposición, que no ha tenido consecuencias mayores que el consorcio de Odebrecht-Grupo Aval financiara las dos campañas presidenciales de 2014. Porque el curubito del poder –todos los mismos con las mismas– ha impuesto el más cínico tapen-tapen, tanto, que ahora le ayudan al ex fiscal Martínez a que se pavonee como lo más respetable del país, porque tiene –según ellos y no es un chiste– méritos de sobra para montarlo en la Presidencia en 2022.
Y el sistema legal que rige las elecciones en Colombia –el Consejo Nacional Electoral y la Registraduría– no representa la democracia sino la partidocracia, forma de control del Estado que concuerda bien con los otros dos componentes constitutivos del régimen: plutocracia y cleptocracia. ¿No es el colmo que acaben de nombrar como Registrador Nacional a un jefazo del partido de la U, cargo desde el que debe repartir el poder de esa institución según los votos de los partidos que eligieron y sostienen a Duque, es decir, del Centro Democrático y de los que fueron santistas? ¿No está diseñado el Consejo Nacional Electoral para favorecer las componendas de las fuerzas que conforman la partidocracia, antes que para garantizar la rectitud de los procesos electorales? Urge una reforma constitucional que cree un poder electoral independiente, que no represente los intereses de unos cuantos sino de todos los colombianos.
Pero lo peor de esta historia, que convirtió en sistémica la corrupción en Colombia, no es lo mucho que se roban ni el inmenso costo de la mediocridad clientelista con la que gobiernan. Lo más destructivo consiste en que es la forma que crearon para poder gobernar contra el progreso nacional y aun así ganar siempre las elecciones, negando la esencia misma de la lógica electoral democrática, que señala que quien gobierna mal no se sostiene en el poder.
Su mal gobierno ha sido tanto, como resultado de que nunca han tenido como propósito desarrollar de verdad el capitalismo nacional, que Colombia está lejísimos de la capacidad de crear riqueza y empleo de los países desarrollados, pero sí está entre los primeros en corrupción pública y privada y padece por un gran atraso industrial, agropecuario y científico técnico, 70 por ciento entre desempleo y rebusque, 4,7 millones de trabajadores expulsados a otros países, 2,4 millones aguantando literalmente hambre (bit.ly/2JkCnjm), sistema tributario regresivo, educación privada casi toda cara y mediocre, sistema de salud inicuo, grave crisis ambiental, transporte urbano indigno y costoso, inseguridad y violencia desmedida, etc. En contraste, se padece una de las peores disigualdades sociales del mundo, dato que prueba que hacen política para separar su suerte personal de la suerte de la Nación, con lo que al país le va mal pero a ellos les va muy bien. Y como han controlado el 99,99999 por ciento de toda la administración pública colombiana, es obvio que son ellos los únicos culpables nativos de las desgracias de tantos compatriotas.
Pero como son hábiles para crear argucias, andan con la mentira de que “todos los políticos son iguales” –ellos y los que les hacemos oposición–, para que el elector escoja por lo único que marca la diferencia según esa falacia: la plata que los mismos con las mismas, en dinero o en especie, les dan por sus votos. Porque si somos la misma cosa, por ejemplo, ¿cómo se explica que preferimos crear al Polo y hacerles oposición a Uribe, a Santos y a Duque que unirnos a sus combos y a sus políticas dañinas para Colombia? ¿Será que no sabíamos ni sabemos que a todo el que se apandilla con ellos alguna teta del presupuesto le toca? Bogotá, 25 de octubre de 2019.