Por: Juan Carlos López Castrillón

Tres docenas de rosas amarillas presiden la sala de mi apartamento este domingo en el que se celebra el Día de la Madres. Son las mismas de las cuales decía García Márquez sirven para ahuyentar la inefable muerte y que hoy he aprovechado con mis hijos, Catalina y Juan Luis, para felicitar a Yuyi, por ser una amorosa mamá y compañera.
Rosas amarillas le llevaré también a mi madre, para decirle que definitivamente es cierto que el ser humano no está diseñado para ser huérfano y que aunque no esté entre nosotros la seguimos amando en el recuerdo.
En esa visita le contaré que esta semana la han mencionado mucho en los conversatorios que estamos realizando en los barrios, donde especialmente las mujeres la invocan por el enorme trabajo social que desarrolló a favor de los niños y de modo particular por aquellos más vulnerables.
Rosas amarillas hay que darles a las millones de mujeres colombianas que hacen posible que este país se levante cada día a trabajar, a educarse, a crecer, a divertirse, a celebrar y también -tristemente- a despedir a los que parten, como lo han hecho las centenares de miles de mujeres que han quedado solas en este conflicto de décadas, que a veces se quiere asomar a su final.
Pero deberíamos aprovechar este día, que sin duda tiene una alta connotación comercial, para reflexionar más allá de lo emotivo, en lo que hay que hacer para generar más oportunidades para las madres, léase mujeres, en el entendido que lo primero es seguir avanzando en superar la desigualdad de género.
Lo anterior sin caer en la trampa fácil de decir que una mujer debe tener prioridad para ejercer una responsabilidad solo por el hecho de ser mujer, al contrario, lo que hay que hacer es garantizar que a ellas se les permita desarrollar sus potencialidades y competir, en igualdad de condiciones con los hombres, por los espacios laborales y por asumir roles de liderazgo en la sociedad, sin ninguna distinción de remuneración o tipo de cargo.
Dar pasos nuevos y largos hacia la equidad de género significa básicamente que nuestro entorno se vuelva más incluyente a todo nivel, con las madres del presente y del futuro, por ejemplo:
-Que las familias no favorezcan el acceso a la educación de los hombres por encima de las mujeres, era muy común hace unos años y -aunque en menor medida- aún pasa.
-Que no se excluya a las niñas de ciertas actividades de la educación física, como jugar futbol o escalar montañas; o actividades académicas como excursiones o salidas de campo, por el sólo hecho de ser mujeres.
-Que desde el hogar, la escuela y cualquier ámbito de la sociedad, se inculque en niños y niñas el principio de la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.
Construir en los diferentes sectores esa cultura de la igualdad es una tarea que nos compete a todos, y quienes han asumido el papel de líderes de diversos contextos son los primeros llamados a dar ejemplo y a generar acciones, HECHOS, con mayúsculas.
Se ha avanzado sin duda en este campo, pero distintos estudios consideran que sólo dentro de unos 15 años, cuando la nueva generación que hoy se está educando empiece a asumir las riendas de nuestra sociedad, podremos haber superado en gran medida las profundas percepciones machistas y discriminatorias que hoy tenemos muy presentes.
Aquí es dónde hay que insistir en lo tantas veces dicho: la clave está en el modelo educativo y en la estrategia metodológica para implementarlo con innovación y éxito.
Mientras tanto, en ciudades como la nuestra, dónde la mayoría de madres de familia salen temprano a trabajar y regresan al finalizar el día, se hace más que imperativo pensar en programas de choque especiales, como los que posibiliten el tele trabajo, o el esquema de satélites laborales, para que miles de madres puedan empoderarse en los diferentes roles que han elegido desempeñar.
Esta propuesta, que facilitaría a las madres el acceso a un trabajo remunerado desde su casa, a la vez que les permite cuidar más de cerca y por más tiempo a sus hijos, deberá tener prioridad en las mujeres que son cabeza de familia y que por diversas circunstancias ejercen el rol de madre y padre.
Posdata: ¡Yo creo en la mujer! En su capacidad, en su inteligencia, en su tenacidad y especialmente creo que son mucho más comprometidas que los hombres en los procesos de transformación, como el que necesitamos acelerar. Por eso, a todas ellas, ¡Rosas amarillas en este día!