El 14 de abril de 1840, hoy hace exactamente 179 años, en Popayán se vivió un martes santo especial.

La Nueva Granada vivía el desangre que producía la Guerra de los Supremos, un levantamiento iniciado en estas tierras contra el gobierno conservador de José Ignacio de Márquez, liderado por los generales José María Obando y Juan Gregorio Sarria, a quienes el gobierno les había decretado una persecución a muerte.

Esos míticos guerreros eran a la par cargueros de La Dolorosa de ese día y decidieron no faltar a la cita con su paso y la alcayata, la pasión pudo más que la razón. Aprovechando que en ese entonces se usaba el capirote cubriendo el rostro, al estilo sevillano, tomaron sus barrotes a poco de haberse iniciado el desfile sacro, en la calle del Mascarón, reemplazando a dos cargueros que ocupaban sus puestos.

El gobernador regional era Manuel José Castrillón, quién se entera del insuceso y dispone que sean capturados en cuanto termine la procesión, para lo cual se organiza un importante operativo militar. Hacerlo durante el transcurso de la misma era irrespetuoso y podría generar un enfrentamiento con el pueblo que era partidario de Obando y en forma solemne alumbraba esa noche.

Sin embargo, los generales habían dispuesto una estrategia para no ser aprendidos.
En la vuelta de la calle de la Ermita – faltando tres cuadras para terminar el desfile – se apagaron todas las velas, la ciudad quedó a oscuras y se oyó un grito, «pichón, pichón». Era el santo y seña dispuesto para que salieran de la procesión, tomaran sus caballos y huyeran hacías las montañas. Así sucedió.

Desde esa noche se acuñó la palabra «pichoneros», que hace referencia a aquellas personas que ayudan a sacar y a meter los pasos de las iglesias y los llevan por unas pocas cuadras, mientras los cargueros los acompañan vigilantes, listos a recibir las andas.

Fui “pichonero” a los 14 años y cargué por primera vez en una Semana Santa cuando tenía 16; lo hice en la Virgen de los Dolores del miércoles, estaba en quinto de bachillerato y quedé mal “acotejado”, lo cual – traducido del payanés – significa que las personas escogidas para cargar el paso estaban mal organizadas o no eran las apropiadas, por lo tanto, ese cargío iba ser tormentoso y el paso terminaría siendo mal llevado.

Mi recuerdo de esa noche sigue siendo traumático y las doce cuadras que recorrimos fueron un completo calvario. Afortunadamente, a la altura del hotel Monasterio se desató un señor aguacero que nos obligó a entrar a la iglesia de San Francisco y nos ahorramos la tercera parte de la procesión.

Si la naturaleza no conspira a mi favor no sé qué hubiera pasado, pero me quedó claro para toda la vida que si uno está mal acotejado lo más probable es que fracase. Aplica para cualquier actividad.

Uniendo la historia con mi anécdota, podríamos concluir que -aunque hoy Popayán es otra- así como en la procesión del martes santo de 1840, se han apagado las velas, ya no para que el impetuoso general y su leal compañero pudieran huir, sino porque la oscuridad de sus problemas la han sumido en una penumbra que sigue llevándola al declive, le restan brillo y jerarquía y la enfilan a ser una ciudad de segunda categoría.

Es la hora obligada de oír el grito clamoroso de una Popayán que dice en todas las esquinas: «¡Pichón, Pichón!»

Ya veremos si estamos dispuestos a retomar los barrotes que nos dejaron los antiguos, de un paso mal acotejado que se llama Popayán, para usar bien las alcayatas y conducirlo entre todos al sitio que se merece.

El que no esté dispuesto a eso la puede «pedir», que para quienes no conocen el término semanasantero, significa retirarse con deshonra de la tarea por hacer.

Posdata: invito a todos los que habitamos Popayán a que rodeemos a nuestra Semana Santa desde sus distintas expresiones, que acompañemos las diferentes procesiones, visitemos las muestras de artesanías, asistamos a los eventos que se programan en estas fechas, atendamos bien a los turistas, y a que en general, nos apropiemos, con respeto y compromiso de este evento, que hoy en día es el mayor referente de Popayán en el mundo.