Por: Sebastián Silva Iragorri 

Hay otra Colombia distinta a la que nos narran con furor a diario ciertos periodistas, prensa, televisión y demás medios de comunicación?  Claro que sí, hay una Colombia real, auténtica, sincera, espontánea, directa, y lo más impactante, luchadora y feliz en las dificultades y en las coyunturas complicadas.

La vida en Colombia ha soportado graves y grandes impactos por el extremo carácter de la controversia de sus ideologías, de su orgullo, de su sectarismo, de su soberbia. Guerras, confrontaciones, enfrentamientos sórdidos, dispersos, ruidosos, silenciosos, crueles, implacables.

Pero lo rescatable, lo sorprendente, es que de todas esas crisis ha salido el alma colombiana integrada, victoriosa, restablecida, intacta en su accionar y dispuesta siempre a la reconstrucción, la rehabilitación, la reconciliación y la esperanza.  En el siglo pasado, para tomar fechas más cercanas, Colombia sufrió los embates del sectarismo y el enfrentamiento de los Partidos con odio, rencor, agravios profundos y destrucción.

Superada aparentemente esta etapa de la violencia surge de las cenizas de esos extremos la terrible amenaza terrorista y narcotraficante, que llega casi a sitiar a Colombia y a rendir a espíritus y voluntades débiles y claudicantes que se entregaron al servicio directo o indirecto de la barbarie y el crimen.

Yo me quiero quedar con la otra Colombia, la que se levanta a trabajar, a estudiar, a luchar por el sustento diario, a sanar sus heridas con el ejemplo y la oración. Esa es la Colombia familiar, amorosa, riesgosa, valiente, que se eleva sobre las dificultades y construye a diario la esperanza.

Me quedo con la Colombia de la Comisión de Sabios que traza la ruta novedosa del camino a seguir para crecer, para aumentar ingresos, para colocarnos en la innovación  y la modernidad. Me quedo con la Colombia de la Ciencia y la Tecnología que hoy estrena Ministerio y con la Colombia deportiva que nos llena de triunfos y victorias limpias y reivindicatorias dignas del aplauso colectivo. 

Me quedo con la Colombia que salva Hidroituango del fragor político y la vanidad que por aceleración irresponsable casi produce su colapso. Me quedo con la Colombia que vence y penetra la montaña y está a punto de colocar al servicio de la movilidad y la carga el llamado Túnel de la Línea.

Me quedo con la Colombia que abre por fin la vía al Llano después de peripecias sin fin y de soluciones  por años improvisadas y fáciles. Me quedo con la Colombia de las 16 carreteras de impacto llamadas las 4G y que este Gobierno destrabó y puso a marchar y construir. Me quedo con la Colombia del Plan Nacional de Desarrollo que en cada una de sus líneas irriga equidad y justicia social.

Me quedo con la Colombia de mejor crecimiento económico en América Latina. En fin me quedo con esa Colombia alegre y resiliente, que desoye los gritos del rencor y no necesita encapucharse para manifestar sus anhelos y sus esperanzas. 

Ha llegado el momento de las definiciones, o nos quedamos con la parálisis alimentada de odio y de resentimiento o nos movilizamos a diario a trabajar, a construir, a sanar heridas, en fin a luchar por un futuro cada vez mejor y productivo. Me encanta ver en las mañanas las calles atiborradas de gentes presurosas que van a su trabajo, a su estudio, a sus labores.

Esa fuerza arrolladora volverá a triunfar y a desterrar el odio, la parálisis y el resentimiento y lo hará con la alegre, valiente y sencilla capacidad ya demostrada en la historia de Colombia, la de resurgir, brillar y restaurarse con inteligencia y voluntad.