Por: Luis David Ledesma Cuellar

Todo apunta a que en algunas semanas y en determinados territorios la vida tal y como la conocimos tendrá una nueva versión, una versión pensada exclusivamente en torno a la pandemia Covid-19.

Ad portas de ese escenario que parece inevitable en razón de la urgente necesidad de apaciguar los estragos económicos del aislamiento, es oportuno preguntarse cuán preparados estamos y, más aún, cuánto de lo que se hizo hasta ahora fue congruente con esta situación excepcional que reclama, sin dudas, liderazgos excepcionales.

De ahí que la mayoría de las siguientes líneas se den como respuesta a la excusa más usada en estos tiempos: nadie en ninguna parte del país estaba preparado para algo de estas dimensiones. Y sí, es verdad, nadie lo estaba. ¿Qué plan tendrían los mandatarios locales apenas posesionados sino el de organizar sus equipos de trabajo, revisar las entidades que recibieron, e imaginar cómo responder a los inmensos compromisos adquiridos con sus electores?

Ninguno imaginaría que a tan solo 10 semanas de haber empezado a ejercer sus mandatos el examen les cambiaría con tremendo dramatismo. Pero, y esto es muy importante decirlo, acaso ¿qué liderazgo exitoso se limita exclusivamente a los retos previsibles? Y, es más, ¿qué liderazgo digno de resaltarse se limita a las improvisaciones y a esperar los aplausos para sus buenas intenciones? Ninguno, ningún líder que merezca reconocimiento pasa por alto que al llegar a un cargo en una entidad territorial asume un compromiso con la historia y no con los aplausos.

Por eso la lucidez que reclama esta situación por parte de las autoridades no es diferente a la lucidez que se espera de ellas en situaciones normales, se supone que son elegidos porque son capaces de lograr grandes cosas, no para unos pocos sino para todos, no sin conocimiento, sino a partir de él. Por esa razón, hablar de esa «capacidad para hacer grandes cosas» termina siendo un retorno a las cuestiones elementales del liderazgo político: observar, problematizar, plantear hipótesis y proponer soluciones.

Con toda la razón no se tardó mucho tiempo en empezar a criticar a ciertas autoridades de todos los niveles porque fue evidente que empezaban a verse superadas y no se ceñían al compromiso histórico que asumieron. Era imposible no notar que obedecían a sus impulsos, su desconocimiento técnico, sus visiones particulares limitadas, sus buenas intenciones sin un plan, su falta de articulación, su ego, su falta de asesoría, y no a la capacidad de liderazgo, su conocimiento especializado, sus cualidades organizativas, lo inspirador que puede ser su ejemplo, la identificación de las prioridades y la lucidez para concentrar todos los esfuerzos en lo realmente importante. Todo un conjunto de cuestiones que se espera mantenga a flote el barco en la tormenta.

¿Se prepararon? ¿Lograron identificar la necesidad de una cultura de la pandemia? ¿Vieron la cultura ciudadana como un eje fundamental de su administración? ¿Tienen claro cómo funciona el virus? ¿Van más allá de quejarse de que «la gente no entiende»? ¿Ya se dieron cuenta que esto lo cambió todo y es hora de liderar con responsabilidad y conocimiento? ¿Gobiernan con serenidad, sin improvisación, con ánimo colaborativo interinstitucional y sin populismo (que nunca antes fue tan inútil)?

A pocos días de esta «vuelta a la normalidad» en municipios como El Patía, el llamado seguirá siendo el mismo: cambiemos la obstinación que se disfraza entre buenas intenciones y aplausos, por la serenidad, el conocimiento y la comprensión del momento histórico, que serán los primeros pasos del liderazgo excepcional que hemos necesitado y necesitaremos en estos tiempos excepcionales.