La imagen le dio la vuelta al mundo entero, llovía torrencialmente y Kolinda Grabar, la presidente de Croacia, de quién la gente se enamoró por su comportamiento en el mundial de Rusia, se emparamaba como una colegiala en la ceremonia de premiación del pasado domingo.
El agua le escurría por el rostro y su vestimenta, que invocaba a cuadros los colores rojo y blanco del uniforme croata, se le pegaba cada minuto más al cuerpo por la acción de la lluvia, quedando casi lista para un concurso de camisetas mojadas.
A menos de dos metros de ella, en la misma tarima, el hombre más poderoso del mundo, Vladimir Putin, presidente de Rusia, no modificaba su cáustico rostro mientras entregaba medallas a los campeones y subcampeones del torneo, eso sí resguardado por un sobrio paraguas que sostenía un agente de seguridad.
Pasaron tres minutos antes que apareciera uno para Kolinda, anotando que antes llegó primero el de Gianni Infantino, actual presidente de FIFA a quién muchos confunden con Vargas Lleras y otro para Emanuel Macron, el carismático presidente francés, famoso también por casarse con su profesora de colegio.
La imagen descrita, de una tarima con personalidades mundiales mojadas hasta los tuétanos, menos una, merece una pausa para analizar el mensaje que desde allí se mandó a un planeta que seguía por las pantallas esa ceremonia y también -por qué no- para entender algunos gestos de quienes pretenden ejercer liderazgo en nuestro ámbito.
Al rebobinar esa película durante esta semana me he acordado de los textos del pensador Michel Foucoult, de quién tanto nos gustaba leer su teoría del poder cuando estábamos en la universidad, para concluir que el grosero gesto de Putin, de monopolizar por unos minutos el único paraguas, en lugar de cederlo a la dama de la tarima, tiene sin dudarlo un alto contenido de ejercicio típico del poder.
Ahí no se trataba de mojarse o no. Repasemos. Según Foucoult el poder da control, pero este se debe ejercer, y hacerlo implica en todas partes, hasta en el uso del objeto en comento. El mensaje es claro, aquí todos se mojan, menos yo. Ceder mi paraguas puede ser leído como un gesto de debilidad, en un país donde el agua, el frío y la nieve hacen parte de la agenda del pueblo ruso y hombres y mujeres sufren y han sufrido por igual.
Paradójicamente lo anterior benefició a la par a Putin y a la bella Kolinda, el primero por cuanto reafirmó su imagen de hombre de hierro, y la segunda por que quedó como la víctima de una actitud machista del ruso que preservaba de la lluvia su escaso peinado; y más allá de ganarse un resfriado, a ella le sirvió para crecer en reconocimiento y ser hoy en día uno de los mandatarios más populares del orbe, primero por acompañar como lo hizo a su selección de fútbol y segundo, porqué le escatimaron un paraguas.
Pero hablando de filósofos y de gestos de poder, nos encontramos entonces con el hecho protagonizado por el senador Antanas Mockus el pasado 20 de julio, quien con su nueva bajada de pantalones desvió las noticias de la instalación del parlamento hacia sus pálidas nalgas y canalizó una tormenta en contra y a favor en las redes sociales.
Más allá del debate sobre lo censurable o no de su acción, que obviamente hay que dar, quiero es resaltar como la política ha venido dando cabida a otras herramientas que van más allá del discurso, potencializando el simbolismo, y que si Foucoult viviera y conociera a nuestros dirigentes estaría actualizando varios de sus textos.
Pos Data: espero que la conducta de Mockus no haga carrera en el congreso, pero si así va a ser, sería buena una sesión de bronceo previa como requisito para el turno.