Carlos E Cañar Sarria 

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Triste e indignante espectáculo el que se dio la semana pasada, con el debate de  la moción de censura del ministro Alberto Carrasquilla en la Cámara de Representantes. Triste, porque el Congreso demostró otra vez más estar renuente a auto depurarse. Indignante porque la percepción que se tiene es que el tal debate no fue otra cosa que  la apología al delito. Como se esperaba, Carrasquilla se lavó las manos y la moción resultó fallida como en otro escrito lo habíamos anunciado. Por eso se dice que en este país pasa de todo pero nada pasa.  Carrasquilla expresó que como colombiano sentía vergüenza haber estado en el debate pero no dijo sentir vergüenza por el estado de los municipios empobrecidos con los famosos “bonos de agua”, de los que se dice le otorgaron millonarias ganancias.

En este país cada vez toma más fuerza la filosofía de la desvergüenza, es decir, el cinismo. Pobreza de argumentos la que demostraron los apologistas del flamante y arrogante ministro. Y qué mal hace una presidente como Duque, que pregona contra la corrupción, sosteniéndole en el cargo, bajo el sofisma que se trata de uno de los economistas más destacados de Latinoamérica. “Tenemos un gran ministro de Hacienda, un hombre con gran solvencia…”, exclamó Duque días antes del debate de la moción de censura.

Es posible que Carrasquilla tenga solvencia en el conocimiento y en el manejo de temas económicos, pero de lo que se trata en este y en muchos casos, es que  no sólo es necesario que se tenga solvencia intelectual, sino también, solvencia ética y moral. No faltó en el debate quien afirmase el despropósito que una acción  porque es legal es moralmente buena. Contrariamente a los argumentos de la oposición, dan grima los “argumentos” de los representantes oficialistas en defensa de Carrasquilla, cada vez se constata las razones del  por qué el Congreso como institución está en decadencia. Ahora podemos entender más fácilmente por qué   las mociones de censura de los ministros en el Congreso  terminan en una pérdida de tiempo y en un fracaso.

Cada vez se constata más que la crisis colombiana no sólo es económica sino de valores humanos. Todo lo que hagamos u omitamos como individuos de alguna o de múltiples maneras tiene repercusiones sociales. Es necesario poder entender que no todo lo legal es moralmente bueno; si esto fuera así, las leyes estarían encaminadas a la defensa de lo público y el Congreso colombiano gozaría de legitimidad. Las leyes deben ser buenas por ser útiles y útiles por ser buenas. Consuetudinariamente al Congreso le han faltado gestos de grandeza.

La no del todo fallida consulta anticorrupción tiene en expectativa al país, pues varios aspectos o puntos fueron aprobados por un significativo número de votos; el presidente Duque anunció el interés de llevarlos a la práctica y en ello el papel del Congreso es esencial. La ex senadora Claudia López, una de los principales artífices de la consulta, la semana pasada enfatizo que Duque le está haciendo conejo al asunto. Confiamos en que el presidente Duque abandere la causa anticorrupción con hechos concretos, es decir, que no se quede en el discurso, que de ello ya estamos cansados los colombianos.

La ética y la moral pública deben ser una prioridad en este país, un imperativo categórico. Este y todos los gobiernos deben entenderlo. El tratadista Luis José González, en su libro: “Ética latinoamericana”, entre otras cosas señala: “Acordes con la racionalidad surgen elevados ideales de perfección que la sociedad difunde e impone como principios de comportamiento que todos deben obedecer. Estos principios representan el bien moral, por cuanto miran directamente a la perfección y al bienestar social; sus contrarios constituyen el mal moral. Sin esta distinción entre el bien y el mal la sociedad no podrá subsistir. De ahí que la moralidad sea defendida por todo sistema social como código de comportamiento aceptado y respetado por todos. La conciencia de cada individuo es más eficaz que las leyes escritas”.

Cuando el interés privado se sobrepone al interés  público,  el Estado y la sociedad caen en decadencia. La doble moral, el relativismo moral y otras patologías le están haciendo mucho daño a la sociedad. Reiteramos: “La ética y la moral no es asunto de circunstancias y conveniencias, sino de principios y convicciones”. Montesquieu en “El espíritu de las leyes”  enfatiza: “La corrupción de cada régimen político comienza casi siempre por la de los principios”.

Colombia está urgida de un saneamiento ético y moral. Las personas revestidas de poder deben ser arquetipos o paradigmas en la sociedad. Nada educa tanto como el buen ejemplo. Las instituciones de poder del Estado y las demás instituciones deben ser paradigmas, buenos ejemplos. Este sería un buen comienzo para salir de la crisis.