Por: Sebastián Silva Iragorri
Hace algunos años los ciudadanos jamás soñaron con tener bancos portátiles en la calle y lograr consignar y retirar dinero de los mismos, además de otras operaciones financieras, pero tampoco se imaginaron que su vida iba a ser vigilada cada vez más, no solo por el Estado, sino por Entidades, Instituciones, Organismos de toda clase e incluso por delincuentes.
En nuestras casas y en su entorno estamos vigilados por la familia y por los vecinos, pero al salir a la calle estaremos vigilados todo el tiempo, con cámaras de seguridad en las vías, que visualizan nuestros pasos, la velocidad de los automotores, documentos de transporte, conductores, acompañantes y luego hasta espiarán nuestras conversaciones.
Estamos vigilados en los bancos, en los supermercados, en las grandes tiendas, en las droguerías, en las salas de espera de las oficinas de particulares y de empleados públicos, en los cines, en las Iglesias, en los clubes sociales y en los restaurantes. Estamos vigilados en los hospitales, en las clínicas, en los Puestos de Salud, en los consultorios, en los transportes públicos y privados.
Hoy en día cualquiera puede grabar nuestras conversaciones con minúsculos transistores o con relojes que registran y visualizan los diálogos que sostenemos, en fin, por todas partes estamos controlados y en todas partes somos vistos y grabados.
No se si aún se mantenga en privado la confesión católica, porque si a cualquiera se le ocurriere colocar un aparato de audio y video muy bien disimulado en un confesionario se podría altera la paz de los hogares, la vida social y hasta el orden público de una comunidad.
Programas como el Gran Hermano, realitys de la televisión para seleccionar actores, filmaciones al interior de los hogares de quienes la prensa de farándula considera “famosos” y multitud de episodios para querer saber la vida de todos y en algunos casos controlarla han ido alimentando la intromisión, la intervención, la visión, la escucha y el conocimiento de la vida real diaria de cada ciudadano.
James Joyce con la descripción de un día de la vida de Leopold Bloom se ganó la mayoría de premios de literatura, lo que significa el interés de las personas por conocer la vida de los demás. Claro que la gran mayoría de las vigilancias se hacen por seguridad y han servido mucho en investigaciones y en prevención de delitos.
A los conductores les ha servido para adecuar su conducción a las normas vigentes de tránsito, así esto cause molestias y retrasos. Me cuentan por ejemplo, que viajar a Cali y regresar se ha vuelto un verdadero problema, pues el tránsito en determinados lugares de la carretera es insoportable, hay sitios de limitadas velocidades que no se adecúan a la realidad y está el tema de las multas que ya hay que colocarlas en los costos fijos del viaje, con los peajes, combustibles, comidas y demás.
¿Cuál debe ser la actitud de los ciudadanos ante esta avalancha de vigilancia personal y social? Lo más claro es que todos tenemos que ajustar nuestra conducta personal y social a una ética pública, de valores, como debe ser.
Es la creación de una cultura ciudadana, que respete en su integridad desde las señales de tránsito hasta la más grande de todas las valoraciones que es la vida humana.
Lo real es que tenemos que acomodarnos a este nuevo mundo en que la privacidad cada vez es más limitada y restringida. Parece que vamos llegando a lo que alguna vez expresó cierto personaje cuando dijo: “La única libertad que tenemos los esclavos es la de ocultar nuestros propios pensamientos”.