Lo bautizaron Omar Ulises Castillo, pero nadie se da cuenta, porque antes de empezar a caminar lo llamaron «Maro», y así se quedó para toda la vida. Maro creció en el barrio «El Campín» de El Bordo, emblemático sitio que en los años sesenta, trataba de imitar, al menos en el nombre, el estadio de la capital de la República. Allí, saliendo de la escuela, que quedaba a solo cincuenta metros de su casa, se descolgaba a solo veinte metros, por el solar, hasta el sitio que habría de darle la gloria. Su vida era solo fútbol. Con sus vecinos, hermanos, primos y paisanos, que luchaban por un balón en medio de esa corta cancha, que hoy abriga a la sede principal de la Institución Educativa Simón Bolívar, de El Bordo, aprendió a jugar al fútbol, un deporte que dominó a las mil maravillas. Hacía dupla con Mino, su hermano del alma, y fueron el terror de los arqueros. Un primo suyo, Leopoldo Mosquera, «Polo», era el mejor arquero de la región, así se le llamaba a los porteros en la formación de éste deporte, tanto que don «Calobá» Muñoz, un ganadero de la región, lo bautizó «La maravilla negra», para resaltar sus atajadas espectaculares. Bellas épocas de esos años, en los que atiborradas las calles de los alrededores, el pueblo de El Bordo, se reunía los domingos a presenciar, el único espectáculo, que en esa ardiente población podía distraer a sus habitantes, y darles bienestar. Aún recuerdo, y retumba en mis oídos, el grito que se escuchaba, cuando le pegaban al balón Maro y Mino, y desde ese mismo instante, sabían que iba a ser gol :» tapá Polo», y estallaba la gente en una gritería celebrando, muchos por amor al deporte, y otros porque ese gol significaba que empezaban a ganar la apuesta, pues era costumbre apostar a los partidos como en los gallos.
Se ha ido Maro, a sus 62 años, víctima de un cáncer. Murió en la Clínica La Estancia de Popayán, donde lo trajeron sus familiares. Olvidado, por sus admiradores, que, ojalá hoy le den un último adiós en su sepelio, pues fue una verdadera gloria del fútbol en el sur del Cauca. Quedan sus hijos, muy pobres, a los que se espera les empiece a sonreír la vida, pues, a pesar que ellos la han disfrutado a su manera, no son pocas las carencias que han sufrido. Su hijo, que llevaba su mismo nombre, llegó a ser profesional en el Pasto, al lado de varias glorias del fútbol en Colombia, pero una lesión de rodilla lo sacó de las canchas. Tuvo siete hijos más, a los cuales hacemos llegar nuestro sentido pésame, pues, se nos fue un grande. Paz en su tumba.