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UNA PAZ “PICHICATA”

Al contrario de los que nos han hecho creer, los agentes y amigos de la pólvora, el acuerdo logrado en La Habana, entre el gobierno y las FARC, no contiene un mínimo de aspiraciones de los desposeídos de nuestra patria. Si miramos, las causas por las que, un puñado de campesinos, al que luego se sumaron estudiantes universitarios y profesionales, obreros y soñadores, se fueron al monte a pelear por remontar las enormes diferencias que presentaba nuestra sociedad, entre sus clases sociales, están allí intactas. Se dirá que se ha avanzado, pero ese avance, que ha conllevado un mejoramiento de la calidad de vida, fruto del devenir científico y la necesidad de la economía mundial de llegar, con sus productos, a los más distantes rincones del mundo, no significa que haya menos brecha que antes. Al contrario, yo pensaría que ha aumentado. Lo ganado, es fruto de la inercia de la economía, y no de políticas de estado, que pretendan una mejor distribución de los rendimientos, por el funcionamiento del aparato económico.

Al entrar en negociación, la más grande y antigua guerrilla del planeta, se pensaba que muchas de las causas de la insurgencia, serían atacadas, al menos en el acuerdo. Muchos pensamos que, la propiedad sobre la tierra y los medios de producción, la falta de oportunidades para las nuevas generaciones de colombianos, los bajos ingresos que no permiten a cerca del 90 por ciento de nuestros compatriotas vivir en forma digna, la desatención oficial a las familias, en educación, salud y bienestar colectivo y personal, y ante todo la corrupción, serían los sujetos fundamentales, para desarrollar la prosa, en ese documento, que conoceríamos antes de votar.

Pero no. Todo terminó, en un ensayo interesante en el desarrollo del campo, algunas tibias mejoras en el trato del estado de los problemas de éste sector, que es el más vapuleado por nuestro modelo económico, y lo demás, es solo el resumen de las condiciones en que se desarrollaría el reintegro a la sociedad de los alzados en armas, el tratamiento de lo acontecido durante los cincuenta y dos años de guerra, en materia de pérdida de vidas, desplazamiento, dolor causado a las víctimas y claro está, su derecho, el de los guerrilleros, a la participación política. Y esto es apenas natural, pues su llegada a las montañas de Colombia, a tomarlas como aposento, para desde allí, pretender la toma del poder, se da precisamente porque, en esas condiciones, las del momento, como ahora, la participación en política, está signada por unos condicionamientos perversos. Al Congreso y los cuerpos colegiados, es posible llegar, pero la forma como funciona el Estado, pudre a cualquiera. Por eso, el destino final, de quienes habiendo nacido humildes logran subir un poco, en la escala democrática, es terminar haciendo lo mismo que hacen todos, lucrarse de su ejercicio en forma personal y descarada.

Ese es el acuerdo. Por eso lo llamo: una paz “pichicata”, tímida, poquita cosa, inocua, pueril, falta de ambición. A más de 20 millones de colombianos, no los enamoró esa paz, “poquita cosa”. No justificó el voto, de esas mayorías nacionales, que no quieren caer en el juego de la “democracia”. De allí que, aprovechando que fueron más los pobres de espíritu, que votaron por el NO, obligando a la recomposición de lo acordado, debemos trabajar para que allí, verdaderamente se dé un compromiso de perseguir la verdadera paz de los colombianos, que de oportunidad a cerca de un millón y medio de estudiantes, que se quedan sin poder continuar sus estudios, para luego hacer “la carrera delincuencial” que le permita la calle; una actividad agropecuaria, que no se trague a los pequeños productores y dé, más riqueza a los ricos; un sistema de salud, que permita que el cien por ciento de los recursos y no solo el cuarenta o menos, se inviertan en evitar las enfermedades en las familias; y una clase política, que atienda sus deberes y no que se meta en ella, para obtener lucro personal. Eso, sí justifica nuestra presencia en las calles. Claro, votamos por el SI, porque nuestra racionalidad nos impone, que cumplen mejor oficio los tres monumentos que dispuso el acuerdo se construirían con las armas, que estas traqueteando en los campos colombianos.